martes, 23 de marzo de 2010

Entre almendros - Cuentos breves I


Sentado en su vieja silla de mimbre veía el vaivén de las hojas de almendro mecidas por la suave brisa matutina. En sus 79 años de vida había visto a gente llegar y gente marchar, era el ultimo de 6 hermanos, había nacido en la estancia principal del viejo caserío, en una época donde no se valoraba tanto la fachada como en los tiempos que vio venir después, pero era el ultimo que quedaba, había vivido sus largos años sin pensar siquiera en dejar descendencia, eran sus hermanos los destinados a traer vástagos al mundo, la vida de familia no estaba hecha para el, su pasión y su vida entera había sido ese campo cubierto de almendros, esplendoroso a pesar del paso del tiempo, en sus tallos no podían verse las arrugas de los años, eso era lo que mas amaba de los largos días que pasaba sentado a la fresca de sus almendros, le hacia sentir joven de nuevo. Lejos habían quedado los años en que con sudor hacia la cosecha junto a su padre y sus hermanos, ya no estaba para esos trotes, y sus sobrinos y los hijos de estos no querían saber nada del campo, estaban demasiado ocupados en sus metropolitanos asuntos como para acudir en socorro de su anciano tío; Ahora se dedicaba meramente a escuchar sus silencios, el paso de los años llevó la producción de almendra a países lejanos en que con mano de obra barata y maquinaria descomunal triplicaban las cosechas de sus almendros en épocas de buenaventura.



Sus almendros, su caserío, la pequeña era que había tras la casa, todo estaba tal cual recordaba de su infancia, la suya fue de las pocas fincas de la zona que salieron indemnes de una Guerra Civil que tendía a acertar en los mas desfavorecidos, para hacerlos mas pobres aún; Los alrededores habianse transformado como por arte de magia en los últimos 30 años, una autopista de cuatro carriles, que atravesaba el nuevo y unificado continente, pasaba a escasos cien metros del verjado lateral de la finca. Se adivinaban a lo lejos, entre la bruma de las fabricas los edificios y rascacielos que copaban ahora lo que había sido una pequeña aldea de agricultores dedicados a la almendra.
Su nublada vista no lograba reconocer ese paisaje, por eso amaba sentarse en su vieja silla de mimbre, desde ahí la vista tan solo mostraba una extensión inmensa de almendros, hasta donde la vista no alcanzaba a ver, ese era su lugar, era lo único familiar que quedaba en su vida, nada quedaba de las personas o lugares que había amado, nada salvo sus almendros. Sabia el viejo, y a esas edades se saben esas cosas, que era ahí donde debía morir, donde iba a morir, ese mundo con prisa no estaba hecho para el, había tenido sus momentos de grandeza, sus ires y venires amorosos, aunque no encontró quien quisiera casarlo, había querido a sus hermanos, había trabajado codo con codo con ellos para tirar adelante, pero esos habían sido otros tiempos, la edad lo fue alejando poco a poco de las mujeres, el tiempo llevó a sus hermanos a la ciudad, donde poco mas que alguna que otra visita con sus hijos, cuando contaban pocos años, había sido el único contacto que había mantenido con sus hermanos ahora muertos, ya ni siquiera respondía al teléfono, eran sus almendros y sus pensamientos divagantes su única compañía y consuelo, sentado en su silla de mimbre esperaba la visita de la Muerte, esa que llevaba tiempo esperando, al fin y al cabo, ese mundo no estaba hecho para él y sus almendros.

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